La Crianza Respetuosa es un término al alza que, aunque no es nuevo, ha ido ganando terreno a otras “líneas educativas” como por ejemplo la disciplina positiva, muy popular hace unos años.
Educar a tu hijo o hija es, sin lugar a dudas, una de las tareas más importantes a la que tendrás que hacer frente en la vida.
Todos sabemos que el estilo educativo de los padres y madres es fundamental en el desarrollo de los y las peques. Cómo acompañamos su desarrollo, cómo les ayudamos a adaptarse al entorno, cómo potenciamos sus capacidades, cómo les enseñamos valores, cómo nos comunicamos con ellos y ellas (y el no hacerlo), tendrá una gran influencia en quienes se conviertan.
Pero a veces nos olvidamos de lo más importante: también influye en lo felices que son en el momento presente.
Y es que los niños y niñas ya son personas. Su vida no comenzará en el futuro, y su hoy es tan importante como su mañana.
Partimos de la base de que, como personas que son, tienen sus derechos.
La crianza respetuosa se basa precisamente en eso: en reconocer y hacer valer los derechos de los y las peques.
Sí, y así de complicado. Porque la crianza respetuosa no es un método: es un estilo de vida.
Estamos seguras que todos y todas queremos a nuestro hijos e hijas. Cuando soñamos con cómo será ser padre o madre, nos imaginamos situaciones bucólicas salidas de un cuento. Pero cuando llega el momento, en muchas ocasiones sentimos que la vida nos desborda.
Llegan los nervios, los consejos de la familia, las miradas de la gente cuando nos montan berrinches en el súper, llegan sus desplantes. Llega, en definitiva, la crianza de verdad, la del día a día. El problema es que quien ostenta el poder en la relación entre grandes y peques es el adulto/a, y lo ejerce. Ser conscientes de esto es esencial para saber en qué punto estamos, y trazar el camino hacia donde queremos estar.
Históricamente nos hemos enfrentado a estas situaciones con gritos, castigos, amenazas y los típicos “porque yo lo digo”, “esto es así y punto”, y “cuando seas padre (o madre)…”
Nos han hecho creer que nuestros hijos e hijas no tienen capacidad de entender, y que solo tienen que obedecer. Y cuando no obedecen, o simplemente se equivocan, ellos tienen las de perder.
A nuestros hijos e hijas tenemos que hacerles partícipes de las decisiones que tomamos, también de las consecuencias de sus actos y de los nuestros. Tenemos que demostrarles que son parte de la familia, y como tal, tienen derecho a ser escuchados y escuchadas.
Tenemos que pasar de la verticalidad de la relación a la horizontalidad.
No. Los niños y niñas tienen derecho a ser tratados como lo que son. Pero un niño o una niña también piensa, también siente. Tenemos que adaptarnos a su nivel madurativo a la hora de relacionarnos con ellos y ellas.
Si somos conscientes de su nivel madurativo será más sencillo que no nos desbordemos.
Por ejemplo, está claro que no vamos a darle a nuestros y nuestras peques golosinas para comer, por mucho que quieran. Pero eso no implica que no tengamos que escuchar y validar que es normal que le apetezcan. También debemos explicarles el porqué no pueden hacerlo. Resulta mucho más fácil si la norma de cuándo se puede y cuándo no la tomamos en familia, incluso ayuda que ellos y ellas ayuden a elegir el menú semanal.
Pues no, ni mucho menos. Eso es lo que cabe en un pequeño post. Y más cuando nos queremos dejar un huequito para algo importante:
Los niños y niñas tienen derecho a ser queridos, abrazados, cuidados, mimados, protegidos.
Tienen derecho a que su padre/madre acudan cuando lloran. Tienen derecho a que validen sus opiniones, sus sentimientos.
Ojo: validar no significa dar la razón. Significa entender que tienen otro punto de vista, según su realidad. también significa entender que cuando no consiguen lo que quieren se enfadan y reaccionan ¡Nos pasa a nosotros y nosotras!
Esto nos ayudará a actuar en consecuencia de una forma equilibrada.
En definitiva, tienen derecho a ser niños y niñas y a que sus mayores les acompañemos en sus procesos. Y sobre todo, a que lo hagamos no como una carga, sino disfrutando.
Azahorí, educar en familia
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